La casa en el corazón
Tocaba el tercer encuentro de mujeres awajún en Cajamarca, el último del año que Fedepaz realizaba. Decidimos llevar un par de propuestas de actividades y simplemente fluir, ya que, en sesiones anteriores, a pedido de las compañeras, nos habíamos centrado más en compartir e identificar situaciones de violencia y alcanzar las normativas que protegen sus derechos.
La actividad central proponía explorar cómo se sienten las mujeres en relación al territorio que habitan. ¿En qué lugares sienten alegría, seguridad, tranquilidad o más bien miedo y desconfianza? ¿Cuáles son? ¿Por qué sienten eso? Decidimos usar una metodología bastante sencilla y común: el dibujo. Particularmente, valoro el uso de la plástica en procesos de aprendizaje y fortalecimiento, desde mi experiencia, amplia las posibilidades de expresión, comprensión y experimentación.
Se trataba de plasmar el territorio comunal utilizando lápices y papeles de colores y texturas diversas. Sin embargo, al ser un espacio dedicado al sentipensar[1] de las mujeres, sugerimos que el territorio se proyecte gráficamente en sus cuerpos; una variante experimentada y socializada por grupos de mujeres defensoras en Latinoamérica[2]. Para ello, cada grupo eligió a una integrante cuyo contorno corporal fue dibujado en el papel.
Sobre las miradas, silencios, gestos y risas, tanto en el arranque como en el proceso, cabría escribir otra columna. Por ahora solo compartiré impresiones sobre algunos aspectos expresados en el papel y en las presentaciones.
Para empezar, todos los trabajos mostraban como eje central, el río, explayándose en todo el largo de los cuerpos dibujados. La playa, como llaman a la amplia orilla del río, fue un sitio al que se refirieron con alegría pues es donde van a descansar y a darse un chapuzón con sus familias, en especial los niños y niñas.
Pero el río también evoca ciertos temores. Del otro lado, habita la comunidad vecina con la que tuvieron un conflicto que llegó a quebrar lazos familiares, porque aceptó la minería sin reparo ni consulta, siendo un territorio compartido como pueblo awajún. La desconfianza las invade y no se sienten preparadas para ir a visitar a familiares y amigos, al otro lado del río. Además, es susceptible de contaminarse como ya ha sucedido, el recuerdo de ello y de los impactos que durante año y medio les obligó a dejar de pescar, comer pescado o solo acercarse, les sigue generando cierta angustia.
Siguiendo el recorrido visual de los trabajos, la mayoría ubicó el sol, la lluvia y las montañas en la cabeza; y a lo largo de las extremidades superiores e inferiores, los árboles y las plantas del bosque. En más de un grupo las mujeres reprodujeron árboles en las rodillas, transmitiendo una fuerte impresión de sostén que, ante la humilde mirada de las facilitadoras, proyectaba la capacidad de sostén que ejerce el bosque en esta cultura.
A través de un iwash (espíritu maligno) y una dápi (culebra), uno de los grupos graficó sus miedos. Impresionó que el espíritu maligno sea proporcionalmente más grande que una casa y esté ubicado al centro de la silueta, debajo del ombligo. Por su parte, la culebra, fue dibujada fuera de ella y con la cabeza rozando la pierna por la que transcurría el río. Si bien esto lo dibujó solo uno de los grupos, durante la plenaria todas asintieron y afirmaron temer al acecho de esas presencias en el bosque.
Al ir más allá y conectar todo lo trabajado, los miedos resultaban asociados a problemas comunales. Uno de los más importante y expresado claramente por la mayoría de grupos, fue la tala y venta de madera. Un asunto acordado entre autoridades comunales y comuneros para la firma de un convenio de aprovechamiento forestal con una empresa que les asegura niveles mínimos de deforestación, cero daños y óptimas ganancias por la extracción de sus árboles. La incertidumbre de las mujeres ante el riesgo de nuevas situaciones de contaminación o perjuicio en sus reservas de flora, fauna y en el propio río, por donde trasladan la madera extraída, se incrementa cada vez más, por ellas y por quienes dependen de sus cuidados.
Sabido es que muchos proyectos que se dicen beneficiosos para los territorios indígenas y rurales, se siguen negociando sin escuchar o respetar las voces de las mujeres, ni en las fases de decisión ni en el manejo de sus impactos o los conflictos que generan. Una clara desventaja para la resistencia de los pueblos ante un modelo económico que persiste en el despojo.
¿Y la casa?... En el corazón, con sus animalitos y su fogón. ¿Casualidad, previsión o antojada mirada de los dibujos? Lo importante es que fue una actividad casi cartográfica del territorio y las emociones de las mujeres, que facilitó la expresión de su sentir y su posición sobre asuntos que ellas no deciden, y que solo por eso y por el miedo que les atraviesa el cuerpo, ayuda a evidenciar lo que Rita Segato[3] llama presión colonizadora, despojadora y productivista que no solo interviene los territorios, sino que ordena los vínculos domésticos del género de manera desfavorable y violenta con la vida y los cuerpos de las mujeres, si no es ya bastante desfavorable y violento el orden social establecido en relación a los pueblos indígenas y sus territorios.
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[1] Como dirían los campesinos del caribe colombiano sobre la capacidad de combinar razón y corazón y ser sentipensante, lo cual inspiró a Fals Borda a desarrollar el “sentipensamiento” como concepto integrador y reivindicador de saberes y sentires excluidos en la construcción del conocimiento. Un concepto que, en tiempos de extractivismo, recupera Arturo Escobar para sostener que el sentipensar se hace desde la tierra, como los pueblos ancestrales que defienden sus derechos desde su vivencia y cosmovisión del territorio.
[2] Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo (2017): Mapeando el cuerpo-territorio. Guía metodológica para mujeres que defienden sus territorios. Autoría colectiva. Disponible en: https://bit.ly/2E3ujQC
[3] Segato, Rita (2018): Contra-Pedagogías de la crueldad. Prometeo Libros. Buenos Aires, Argentina.