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ana. noviembre 2017. fotografía: ingrid sanca vega

Resistencia

Publicado: 2017-12-19

Ana está haciendo pinig, un tipo de plato elaborado a base de arcilla. Ella y sus hermanas aprendieron a hacerlos desde niñas, “viendo a su madre”, como ella dice. Se trata de una tradición que las mujeres awajún conservan y sostienen desde sus ancestras. Hace unos días moldeó esos pocillos con sus propias manos, hoy están secos y listos para ser pintados.  

Llegué a visitarla tras acabar el taller en la casa comunal, precisamente, estaba sola en la cocina, colocando los platos al fuego para empezar el proceso de pintura.

Se levanta de su asiento para saludarme, le alegra la visita y me invita a acompañarla, ambas nos sentamos. Con unas ramitas secas va removiendo y tanteando que el plato esté bien caliente. Mientras espera, me enseña una masa compacta de color rojizo que guarda en una lata de conserva de atún reciclada, es una mezcla de achiote y yukeip con la que dará el toque final a los platos.

El achiote es un arbusto muy conocido en distintos lugares del mundo, se usa como colorante y/o condimento natural, los pueblos de la Amazonía lo usan como tinte para diversas artesanías y también para pintarse la piel. Sobre el yukeip, Ana me explica que es una planta que se recoge muy lejos, en pleno bosque y en luna llena, justo cuando ésta asoma sobre las montañas y empieza a elevarse, es una especie de resina o barniz natural que da brillo y resistencia al plato. Resistencia.

Por fin, el pinig ya está caliente. Se levanta de nuevo, sortea el humo que inunda la cocina y ayudándose con las ramas, saca el plato del fuego y lo apoya sobre un tablón de madera en el suelo. Según la tradición, es mejor acabar de pintar la pieza mientras está caliente, si empieza a enfriarse el yukeip no se disuelve ni desliza con facilidad y habrá que devolver el plato al fuego.

Con una mano sosteniendo la barra de yupeik y la otra cubierta con un calcetín, soplando y casi quemándose, comienza a pintar e inmediatamente un tono marrón brillante envuelve los pinig. Pero algo le molesta. Este yupeik es viejo, le quedó de la última producción de hace meses y no “pinta” bien. Esto hace que se demore, el plato se enfría y con pesar lo devuelve al fuego, y mientras espera me sigue contando.

Se siente enferma, le duele el vientre, es posible que tenga quistes pero dice que no tiene dinero para ir al médico. En el fondo la inunda la desconfianza y el temor, sucede en muchas comunidades indígenas que, aun contando con un puesto de salud, prefieren no exponerse a la forma de examinar, tratar o medicar, peor si es un hombre quien las atiende.

Ha preferido confiar en unos ‘preparados’ de hierbas que hace un tiempo le ofreció un naturista mestizo, cuya etiqueta solo muestra el nombre y el dibujo de una planta. Tiene varios frascos vacíos, dice que el hombre no ha vuelto a la comunidad desde entonces. Aún con estos dolores debe ir a la chacra para traer yuca y plátano, además de leña para la cocina y ocuparse del resto de labores diarias en casa.

Vuelve a sacar el plato del fuego y, ahora sí, termina de pintarlo. Se sienta y descansa. Me comparte que se siente sola. Tiene varios hijos e hijas. Algunos viven en la comunidad y otros fuera, en la costa norte. A estos los animó a irse cuando eran muy jóvenes, para que consigan trabajo y “no tengan hijos tan rápido”, como suele pasar en la comunidad. Alguna vez vinieron a la comunidad pero ya no se acostumbran, así que se fueron rápido. La hija que vive en la costa llegó a decirle que ella ya no es su madre. Una vez fue a visitarla pero invirtió tanto dinero en viajar y buscarla que no lo volvió a hacer.

Dice que empujó a su hija a que se fuera pensando que era lo mejor, para que no sea madre tan pronto, para que no sufra lo que ella sufre, pero “la vida es difícil”, dice Ana, y enseguida un halo de culpa y tristeza la envuelve, por sus hijos, por ella misma, sospecho.

Desde hace un tiempo acude a la iglesia evangélica que cada vez integra más gente de la comunidad. Esto la obliga a apartarse de algunos espacios o costumbres de la cultura awajún, principalmente de celebración, algo que al parecer ha decidido aceptar sin cuestionar. No toda su familia le acompaña en esto, principalmente su esposo, a quien no le hace gracia dejar de beber masato* o alcohol, como lo exige esta iglesia.

Por fin están listos los pinig, Ana ya tiene platos nuevos para servir la comida a la familia, regalará algunos a sus hijas que viven en la comunidad y a una que otra visitante. Me cuenta que están acostumbrados a estos platos, los prefieren antes que los de cualquier otro material, además, porque estos suelen ser más caros.

PINIG. noviembre 2017. fotografía: ingrid sanca vega

Observar y acompañar a Ana durante este tiempo ha sido muy removedor. Parecía que en cada movimiento, gesto y confidencia me transmitía el intenso calor al que estaban expuestos los pinig. Los sentimientos que compartía por lo que le había tocado vivir conectaban directamente con los míos, con situaciones que forman parte de una cadena de afectaciones específicas en las mujeres y que propician luchas de carácter nacional y global por los derechos colectivos, pero que sobre todo urgen por los derechos de las mujeres indígenas.

Recordé el reciente Informe de la CIDH sobre mujeres indígenas, que sostiene que el sexo y género las exponen a situaciones de discriminación y de trato inferior mayores a las que las mujeres, en general, ya estamos expuestas. Para las mujeres indígenas dicha situación se materializa de manera específica a través de aspectos claves como el género, la etnicidad y la pobreza; limitando y violentando sus derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, así como sus derechos civiles y políticos; peor aún si se encuentran en contextos de conflicto generados alrededor de actividades extractivas.

En la misma línea, recordé a Berta Cáceres, mujer indígena lenca, activista por la defensa de sus territorios y asesinada por ello. Según el Informe GAIPE, existen claros indicios de una actuación coludida entre la empresa hidroeléctrica DESA y altos funcionarios del Estado hondureño en contra de las acciones del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH) y de la propia vida de Berta, principal representante de dicha organización. Pero la investigación va más allá e identifica elementos de discriminación y racismo en las estrategias de la empresa para dividir, instrumentalizar y referirse a las comunidades indígenas lencas.

La situación de Ana es, para mí, un reflejo de las violencias estructurales que afectan a las mujeres en general y con mayor intensidad a las mujeres indígenas, por el trato aún más desigual y condescendiente que reciben solo por el hecho de ser indígenas. Esto se hace evidente en el escaso reconocimiento a sus aportes culturales, ambientales, económicos y políticos; el limitado acceso a espacios de representación y/o participación; y en la relegación de sus voces cuando se trata de hablar de sus propias afectaciones y de las que se producen en sus comunidades. El maltrato verbal y/o físico, la violación sexual, la estigmatización y/o criminalización son, entre otras múltiples situaciones, expresiones de la violencia a las que son sometidas y las mantienen en desventaja y peligro.

Resistencia. Palabra que resonaba en mí en todo momento, mientras veía y escuchaba a Ana.

Resistencia. Como la que aporta la planta yupeik a los pinig para que estos puedan aguantar los embates del uso y la manipulación.

Resistencia. Como la que Ana ejerce ante la realidad de desventaja que vive dentro de su propia comunidad y que conecta con la resistencia de muchas Anas en el Perú y en el mundo.

Resistencia. Como la que seguimos ejerciendo las mujeres ante el control, la invisibilización y la agresión en nuestras vidas.

Conciencia y resistencia nos mueven a las mujeres a seguir acompañándonos, aliándonos y organizándonos; a reforzar nuestras capacidades, aun en la invisibilización y desventaja, como las mejores herramientas que tenemos y ofrecemos para la transformación de nuestras realidades.

Gracias Ana.



* Masato: Bebida tradicional preparada por las mujeres, principalmente a base de yuca que hierven, mastican y escupen en un recipiente donde se deja fermentar. Su consumo se da en espacios de celebración, reunión o trabajo comunal.


Escrito por

Ingrid Sanca Vega

Antropóloga ~ Doctora en Estudios de Paz y Conflictos


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